Reencuentro soñado con el paisaje de verano después del confinamiento por el coronavirus, pero añoranza de libertad en pleno verano y confinamiento represivo.
1. Paso de primavera a verano, después del confinamiento debido a la pandemia. Añoranza de la tierra. Añoranza de libertad y solidaridad en pleno confinamiento represivo. Añoranza por los presos y exiliados políticos que no gozan de los colores de los sembrados ni de los olores de los campos. Añoranza por los perseguidos, por las personas queridas desaparecidas, por los muertos a causa del coronavirus, por los agricultores grandes y jóvenes, por la gente más marginada que nunca, por los sin techo y sin trabajo.
2. Y desde el exilio y la cárcel, o teniendo la posibilidad de reencontrarse con la naturaleza … puede intuirse el sentido de Dios en el fondo de la tierra y la materia. Un Dios que está por encima de los poderes idólatras que esclavizan. Pueden recordarse unas palabras reconfortantes de Jesús: «Fijaos cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan, pero os digo que ni Salomón, con todo su lujo, se vestía como ninguno de ellos. Y si la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al fuego, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? (Mateo 6, 28-30)
3. Procede un poema escrito hace unos meses, «Primavera en Castilla», plenamente vigente en este verano de 2020. Su autor, David Jou, se confiesa cristiano. Es poeta y catedrático de Física de la Materia Condensada, de la Universidad Autónoma de Barcelona. La versión original es en cataán.
Estremera, Soto del Real, Alcalá-Meco.
Nombres que en una España normal nos podrían sugerir
la belleza sobria, dura y amplia de los campos de Castilla.
En cambio, en esta España cerrada y autoritaria
se han convertido en tres heridas profundísimas en el alma:
prisión injustificada de representantes democráticos,
la arbitrariedad jurídica, la mentira, la represalia, el odio.
Es triste que las cosas sean así:
que en lugar de buscar justicia se busque la revancha
de un autoritarismo incapaz de escuchar nada,
de proponer ninguna solución justa para todos,
de ofrecer otro futuro que la sumisión y la renuncia.
Intento imaginar la primavera en aquellos campos.
A cada nombre que digo, sin embargo, siento el frío y la herida
de una cuchillada en el alma.