Consuelo López Carballo, una mujer inmigrada bien arraigada en Catalunya, ha muerto a los 88 años de edad. El funeral se ha celebrado en el monasterio de la ciudad donde vivía, Sant Cugat del Vallès.
Consuelo es hija de la inmigración. De Galicia. Vino muy joven, a los 16 años, a Sant Cugat. Era la posguerra, la dictadura. Pero gracias a la familia que la acogió, los payeses de Can Saperas, se integró plenamente en Catalunya. Su biografía demuestra un hecho muy actual: la buena relación entre inmigración y pueblo catalán.
Consuelo perdió su marido, Josep Saperas, hace ya diez años. Ambos han tenido dos hijos, Isabel y Josep, y dos nietos, Jesús, catalán nacido en Kazanlak, Bulgaria, y Àngela, que tiene la edad que su abuela tenía cuando llegó a Sant Cugat.
Consuelo ha vivido los últimos seis años acosada por enfermedades diversas. Lentamente se ha ido apagando hasta que su corazón se paró poco después de la medianoche del martes, 22 de agosto. Su nieto Jesús ha planteado interrogantes estas últimas horas. ¿Por qué ha muerto la abuela? ¿Volverá a vivir? ¿Está en el cielo?
Consol ya conoce las respuestas a estas preguntas. Su fe ha sido sencilla. Seguía la misa los domingos por televisión en la cocina mientras preparaba la comida. Su oración era el Padrenuestro. Y su hija Isabel ha querido que su madre fuera enterrada con una pequeña cruz sobre el pecho. Una cruz que no es de oro ni de plata. Una pequeña cruz de madera, sencilla como la fe de Consuelo. Es la Cruz de San Damián ligada a la vida de San Francisco de Asís.
Francisco de Asís tiene oraciones impresionantes fruto de su humanidad y de su fe. Oraciones como esta:
«Oh Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde hay odio, que yo ponga amor.
Donde hay ofensa, que lleve yo el perdón.
Donde hay discordia, que lleve yo unión.
Donde hay duda, que lleve yo la esperanza.
Donde hay error, que yo ponga la verdad.
Donde hay desesperación, que yo lleve la esperanza.
Donde hay tinieblas, que lleve yo la luz.
Oh Maestro, haz que yo no busque tanto:
ser consolado, como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque es dando que se recibe;
perdonando que se es perdonado;
muriendo que se resucita a la vida eterna
y se vive amando por los siglos de los siglos. Amén».