La Biblia es imprescindible para los creyentes y también para los no creyentes. Lo argumenta Rafael Argullol, filósofo y catedrático de Estética. Es oportuno recordarlo cuando la Iglesia católica catalana celebra la Semana de la Biblia entre el 21 y el 27 de noviembre.
1. Rafael Argullol es el autor de uno de los tres prólogos de «Biblia Catalana. traducción interconfesional». Escribe: «Para los creyentes, como es obvio, la Biblia es un libro imprescindible. Pero también es un libro imprescindible para los no creyentes que quieren comprender el mundo y descubrir la belleza, a menudo turbulenta, de la vida (…) Tenemos que volver a la lectura de la Biblia por muchas razones (…) Sobre todo, para buscar comprender algo de lo que somos en medio del océano de preguntas que es la existencia».
2. El biblista Armand Puig y Tàrrech es autor de otro prólogo. Explica: «Leer la Biblia es leer el propio corazón, los propios sentimientos, la propia vida. No es alejarse de la realidad que uno vive, sino acercarse a él con otros ojos. La Biblia hace ver las cosas en profundidad, hace salir del amor por uno mismo, hace nacer la compasión por los pobres y por los que sufren. La Biblia no deja indiferente (…) La Biblia es, por encima de todo, la historia de una relación de dos seres personales, Dios y el hombre: una relación que conoce subidas y bajadas, momentos encendidos y momentos de amor herido, gozos y decepciones. La belleza del texto bíblico brota de su insobornable humanidad y al mismo tiempo de su trascendencia inefable».
3. El biblista Agustí Borrell es autor de otro de los tres prólogos. Comenta: «La Biblia se ha convertido para tantas personas a lo largo de los siglos en una orientación, una buena guía para moverse por la vida. Los grandes temas de la existencia humana están presentes con aportaciones de un vigor extraordinario sobre el amor, el sufrimiento, la esperanza, la violencia, la felicidad (…) La Biblia cree decididamente que la vida humana y la historia del mundo tienen un valor inmenso y un destino de felicidad, porque vienen de un designio amoroso (…) Los escritos bíblicos tienen un valor permanente, siempre nuevo y siempre actual, porque afrontan los temas más importantes y decisivos de la existencia humana».