El arzobispo Juan José Omella, el cardenal Lluís Martínez Sistach, el obispo Sebastià Taltavull y Ramon Ollé (delegado de Medios de Comunicación de la archidiócesis de Barcelona) sintonizan con el espíritu y el compromiso renovador impulsado por el Papa Francisco. Renovación necesaria en el interior de la propia Iglesia y en la presencia de la Iglesia en el mundo del siglo XXI.
Francisco volvió a referirse a la renovación eclesial y evangélica en su discurso (21 de diciembre 2015) ante la Curia Romana, una estructura rodeada por crisis y escándalos. El Papa es consciente, y lo sufre en su corazón, de que la renovación tropieza con males del pasado y del presente y con fuerte oposición en determinados ámbitos eclesiásticos. En este contexto, las palabras de Francisco expresan una decidida determinación: «Algunos de estos males se han manifestado a lo largo de este año, provocando mucho dolor en el corazón e hiriendo a muchas almas, incluso con escándalo. Es necesario afirmar que esto ha sido, y lo será siempre, objeto de sincera reflexión y de decisivas medidas. La reforma seguirá adelante con determinación, lucidez y resolución porque Ecclesia semper reformanda».
Esta expresión latina, según explicó un día el sacerdote y teólogo Salvador Pie Ninot, está inspirada en Lutero, y fue Hans Küng en diálogo con Karl Barh quien la relanzó en el mundo católico antes del Concilio Vaticano II y su aggiornamento.
Francisco propone la plegaria de Oscar Romero
Francisco muestra firmeza reformadora ante la Curia Romana y los sectores inmovilistas eclesiásticos. Propone la oración de un personaje que les es incómodo y les rompe sus esquemas. Invita a orar «con la bella oración, comúnmente atribuida al beato Oscar Arnulfo Romero, pero que fue pronunciada por primera vez por el cardenal John Dearden». Romero, arzobispo de San Salvador, celebraba misa cuando fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por ser defensor de los derechos humanos contra la dictadura militar y fue beatificado el 23 de mayo de 2015. He aquí esta oración llena de esperanza a partir de la fragilidad de la condición humana:
“De vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda
a tomar una perspectiva mejor.
El Reino no sólo está más allá de nuestros esfuerzos,
sino incluso más allá de nuestra visión.
Durante nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte
de esa magnífica empresa que es la obra de Dios.
Nada de lo que hacemos está acabado,
lo que significa que el Reino está siempre ante nosotros.
Ninguna declaración dice todo lo que podría decirse.
Ninguna oración puede expresar plenamente nuestra fe.
Ninguna confesión trae la perfección, ninguna visita pastoral trae la integridad.
Ningún programa realiza la misión de la Iglesia.
En ningún esquema de metas y objetivos se incluye todo.
Esto es lo que intentamos hacer:
plantamos semillas que un día crecerán;
regamos semillas ya plantadas,
sabiendo que son promesa de futuro.
Sentamos bases que necesitarán un mayor desarrollo.
Los efectos de la levadura que proporcionamos
van más allá de nuestras posibilidades.
No podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello, sentimos una cierta liberación.
Ella nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien.
Puede que sea incompleto, pero es un principio,
un paso en el camino,
una ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el resto.
Es posible que no veamos nunca los resultados finales,
pero esa es la diferencia entre el jefe de obras y el albañil.
Somos albañiles, no jefes de obra, ministros, no el Mesías.
Somos profetas de un futuro que no es nuestro»
(Segunda parte de la sección Mirador de Qüestions de Vida Cristiana. Número 254)