Sor Lucía Caram defiende al arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, en relación a algunos comentarios críticos de que ha sido objeto. Pero la discrepancia es legítima en asuntos de Iglesia de la que la monja, el arzobispo y sectores críticos forman parte.
Lucia Caram es una mujer admirable por su fe y su testimonio cristiano, por su compromiso cívico, por su fuerza mediática. Ella es un sólido punto de referencia en los ámbitos sociales y eclesiales.
En la defensa que sor Lucía hace del arzobispo Omella en su artículo «Un pastor ¡como Dios manda!» hay, sin embargo, algunos aspectos criticables.
Es criticable que el arzobispo de Barcelona se muestre contrario a la creación de una auténtica Conferencia Episcopal Catalana con el argumento de que ya existe la Conferencia Episcopal Española.
También es criticable que Omella predique en español en Catalunya cuando, según reconoce él mismo, no ha tenido tiempo de prepararse las homilías. El Papa Francisco, tan admirado por Omella y por Caram, ha explicado de manera pública que precisamente una de las tareas principales de los sacerdotes y de los obispos es prepararse muy bien las homilías para transmitir de la mejor manera posible el mensaje evangélico al pueblo y a las culturas del siglo XXI.
Y sobre el origen catalán o no de Omella a que se refiere la argentina Lucía Caram hay que plantear adecuadamente la cuestión. El problema no es donde nacen los obispos que configuran un episcopado, en este caso el episcopado catalán. De hecho, es lógico considerar, desde las perspectivas humana y eclesial, que, por ejemplo, el episcopado italiano, argentino, francés, español y catalán esté formado respectivamente por obispos italianos, argentinos, franceses, españoles. En definitiva, la verdadera cuestión es que ser catalán no sea obstáculo para ser obispo en Catalunya.
(Artículo traducido del publicado en www.tribunacatalana.cat)