¡Qué silencio tan infinito, estimada Muriel, desde aquel absurdo accidente al atardecer del sábado, 30 de enero!
Eres tan cordial e inteligente, Muriel, que aceptas con paciencia y tu sonrisa dulce las palabras que tus amigos agnósticos y la oración que tus amigos cristianos expresan pensando en ti.
«La oración ilumina nuestros ojos para saber ver a los demás como los ve Dios, para amar como ama Dios». Son palabras del Papa Francisco antes de su viaje a México y de la parada previa en La Habana. ¡Ah la Cuba revolucionaria de la gente de tu generación! La Cuba castrista convertida hoy en escenario magnífico de la firma de la declaración conjunta de Francisco y del Patriarca Kiril de Moscú y de todas las Rusias.
¡Qué conjunción político eclesial internacional! Un documento de estas características tiene en cuenta realidades nacionales como la catalana. Su punto 18 establece: «Las Iglesias cristianas están llamadas a defender exigencias de la justicia, del respeto a las tradiciones nacionales y de la solidaridad efectiva con todos los que sufren».
Defender las exigencias de la justicia, la solidaridad efectiva con todos los que sufren, el respeto de los derechos nacionales, como los de Catalunya, forman parte de tu indiscutible bagaje personal y político. Por eso, la gente te quiere. Y tú debes sentirte libre, solidaria, amada y feliz. Y tu gente, también.
Sólo cuatro días antes de aquel maldito accidente en la calle, el 26 de enero, escribiste un tuit sobre Miquel Pujadó y las canciones francesas que tú, nacida exiliada en Avinyò, tanto amas. Expresabas un deseo en este tuit: «Sed felices».
También tú, Muriel, ¡sé feliz !.