El neurocirujano Henry Marsch, 65 años, del hospital S. George de Londres, dice a la periodista Ima Sanchís: «Ves tus pacientes, a menudo niños, sufrir cosas tremendas y la idea de un Dios benévolo se esfuma». Comentario respetuoso: Se esfuma, o no.
1. Todo sufrimiento, como el de los enfermos, sobre todo de los niños, termine o no con secuelas graves o con la muerte del paciente muestra la fragilidad de la condición humana. También muestra el fracaso de la medicina y las limitaciones de la ciencia que, a pesar de sus grandes avances, no puede solucionar los problemas que se le plantean.
2. Desde el mal, el sufrimiento, la fragilidad de los seres humanos y desde el fracaso de la ciencia médica puede descartarse la hipótesis Dios. Una vez eliminada la existencia de Dios es absurdo debatir si el Dios inexistente es benévolo o malévolo. Simplemente no es, y punto final.
3. ¿Punto final?. Puede suceder que hombres, mujeres, médicos y pacientes experimenten algún tipo de huella o de idea de Dios en el fondo de su conciencia. Así ocurre a lo largo de la historia y en todas las culturas. Puede ser una idea equivocada. Puede que algunos acepten Dios o la idea de Dios como un Dios incomprensible. La humanidad y el universo también son incomprensibles. Pero son.
4. Dios es incomprensible porque nadie nunca lo ha visto. El evangelista Juan escribe: «A Dios nadie lo ha visto nunca. El Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado» (Juan, 1. 18). La cuestión Dios es una cuestión existencial, no sólo intelectual. «El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (…) A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos, él está en nosotros y, dentro de nosotros, su amor ha llegado a la plenitud» (Primera Carta de Juan, 4, 8).
5. Jesús mismo, que se refiere a Dios como Padre, también está a punto de pensar que la idea de un Dios benévolo se esfuma cuando sufre y siente próxima la muerte, muerte violenta en cruz. «Jesús arrodillado, oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya» (Primera Carta de Juan, 4, 12). Y clavado en cruz «Jesús clama con toda la fuerza: Eloí, Eloí, ¿lema sabactani? Que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado» (Marcos 15, 34). Unos interpretarán estas palabras como un grito ateo. Otros interpretan este interrogante como un clamor de fe.