1. Leo Messi es calificado de Dios gracias a otro gol mágico. El maravilloso primer gol del astro argentino-catalán del Barça al Athletic en la final de Copa. Es una manera de hablar. ¿Idolatría? ¿Ídolo de barro? ¿Ídolo de oro? Desde una perspectiva cristiana, Messi es infinitamente más. Es hijo de Dios.
2. El jugador es tan extraordinario y la jugada del primer gol es tan imposible de realizar y difícil de narrar por los mejores periodistas especializados como Dios es un misterio extraordinario y difícil de explicar por los más sabios y santos teólogos. El claretiano Ignacio Ricart dice en su comentario semanal en la «Hoja Dominical» que hablar de Dios es más difícil que experimentarlo e invocarlo. Cita unos versos de Salvador Espriu en «Per al llibre de salms d’aquells vells cecs». «Déu m’és feixuga / constant, immensa falta / d’ortografia. / M’avergonyeixo, / perquè, si goso escriure’l / no sé de lletra».
3. ¿Cómo los hombres y las mujeres de este mundo pueden acercarse a este Dios del que tanto difícil es hablar y escribir por falta de palabras adecuadas? Ignasi Ricart cita a Miquel Estradé, el ya difunto monje de Montserrat de exquisita espiritualidad y capacidad comunicativa. «Dije a mi padre: Háblame de Dios; y él se me quedó mirando y amando. Dije a mi madre: Háblame de Dios; y la madre me dio un beso. Dije a la gente: Háblame de Dios; y la gente me amó. Dije a Jesús: Háblame de Dios; y Jesús rezó el Padrenuestro «.
4. Lionel Messi, Ignasi Ricart, Salvador Espriu, Miquel Estradé, las personas que preguntan y buscan, los que escuchan, los que miran con amor, los que aman, sobre todo los que sufren y viven en las periferias, los que rezan, practican y viven según el espíritu del Padrenuestro… son hijos de Dios.
5. «Todos los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. No habéis recibido un espíritu de esclavos que os haga vivir otra vez en el temor. Habéis recibido un Espíritu que os convierte en hijos y que nos permite exclamar: Abba, Padre. Así el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que compartimos sus sufrimientos para compartir también su gloria» (Carta de Pablo a los Romanos, 8, 14-17).