1. Tiempo de secularización, indiferencia, crisis. En estas circunstancias ¿tiene vigencia la Semana Santa? Depende de qué se entienda por Semana Santa y de cómo se celebre. La Semana Santa es vigente para aquellos que creen que la figura y el mensaje de Jesús afectan profundamente a la condición humana y tienen sentido para los hombres y las mujeres de hoy.
2. La Semana Santa es mucho más que recordar unos relatos de los Evangelios y de otros textos del Nuevo Testamento. La Semana Santa es revivir los últimos días de Jesús como síntesis de su existencia. Revivirlo desde el fondo del corazón y del pensamiento, en silencio, en soledad, en comunidad. Revivirlo con espíritu transformador de la propia persona y de la sociedad en una tarea de liberación, solidaridad, esperanza y, ¿por qué no?, de apertura al misterio. La vida y la muerte forman parte de este misterio.
3. Jesús sólo puede ser entendido en una doble dimensión. Donación a los demás a los que considera hermanos y plegaria a Dios a quien considera padre. Donación a los demás y plegaria a Dios hasta la muerte, y muerte en cruz. Plegaria a Dios incluyendo el clamor «Dios mío, porque me has abandonado». Clamor de fe y duda. Dudar forma parte de la fe.
4. Donación o solidaridad, plegaria y fe vividos en el mundo. El Dios de Jesús ama el mundo. Mundo, creación. La creación, ¿qué quiere decir creación?, significa una acción infinita, permanente, actual y desbordante de amor. Dios ama tanto al mundo que se hace mundo, se hace persona humana. Se hace Jesús el Cristo.
5. Todo ello configura la Semana Santa. Domingo de Ramos es el encuentro con el pueblo. Jueves Santo, con la última cena, es el amor solidario para repartir y compartir el pan. Viernes Santo es el final del hombre bueno y justo, crucificado por las autoridades religiosas y políticas. Sábado Santo es el silencio de la humanidad y la ausencia de Dios. Domingo de Pascua es el día de la fe en el Dios de Jesús. De la esperanza en que Dios ama tanto que no es posible que la muerte y el fracaso sean el destino definitivos de la humanidad. La condición humana tiene huellas de Dios y, por tanto, tiene ya ahora semillas de vida plena. El ateo, más allá de la vida, se pone en manos de la muerte. El creyente, más allá de la vida y de la muerte, se pone en manos de Dios. ¿Por qué renunciar a esperar una vida plena si esta esperanza es tan humana?