1. Albert Rivera se proclama ateo. Lo dice con aire fanfarrón: «Yo soy ateo». Lo ha vuelto a decir en el debate que Pilar Rahola ha intentado mantener con el dirigente de Ciudadanos en el informativo de Can Basté.
2. El ateísmo de Rivera es curioso. Es ateo pero tiene fe. Fe nacionalista. Cree en una España nacional, soberana, eterna e indivisible. Como un dogma absoluto, cerrado. La experiencia cristiana considera que sustituir Dios por cualquier dios es idolatria y que los ídolos degradan la existencia humana.
3. Rivera, adorador de la España idolatrada, descalifica el proceso soberanista catalán, democrático y pacífico. Lo califica de locura. Él lo tiene muy claro. Catalunya no es nación. Los ciudadanos catalanes no tienen derecho a ser consultados de forma específica sobre qué presente y futuro quieren para Catalunya. Y, con otros españoles, propugna una democracia sin urnas.
4. Rivera practica un nacionalcatolicismo sui generis. El nacionalcatolicismo franquista mezclaba religión y política, Iglesia y nación española. Ahora el dirigente de Ciudadanos mezcla ateísmo con política y con nación. La única nación española, por supuesto. Dice: «Convencer a uno que cree en Dios que Dios no existe es muy complicado». Como diciendo: convencer a uno que cree en el dogma nacional español que este dogma no existe es muy complicado. También dice: «Pedir que crea a alguien que no cree es muy complicado». Como diciendo: pedir que crea en Catalunya como nación a alguien que no cree en ello es muy complicado.
5. Albert Rivera critica «los fundamentalismos ideológicos y religiosos sobre todo cuando se convierten en dogmas». No se da cuenta que él cae en el mismo error porque practica un fundamentalismo ideológico y ateo en defensa del dogma españolista.
6. Hay una salida civilizada a este laberinto. Sólo hace falta rec0nocer cuatro obviedades. La nación catalana no es dogma de fe. La nación española tampoco es dogma de fe. La España soberana debería respetar la Catalunya soberana. La Catalunya soberana debería respetar la España soberana. Y hay que dejar votar a los catalanes sobre su presente y su futuro. Con fe en las vías democráticas y pacíficas.